2 de abril de 2008

Lo que me pasa, o a veces nos pasa.

Cierto es que en todo momento, o por lo menos algunas veces, nos preguntamos por el que nos pasa…


Ahora que no siempre estamos en la capacidad de responder esa pregunta.

Ayer en la tarde, y días después de la lectura semanal del tarot, me dispuse a escuchar la que es considerada como la mejor sinfonía en la historia de la humanidad: La novena de Beethoven.

MiniDisc en el bolsillo y audífonos puestos me apropié de la tarde y la niebla que cubría la montaña en Bogotá.

Una a una las notas fueron habituando mi interior, cada vez más presto a la melodía que atraía mi atención.

Todo estuvo bien, si no, luego fue mejor. El Allegro ma non troppo dio apertura a toda sensación. El Molto vivace cautivo más mi atención que aún era distraída. Pero el Adagio molto e cantabile noqueó mi mente y dejo por largo tiempo a mi espíritu como único capitán del navío que estaba a punto de zarpar.

Una vez lejos del muelle las lagrimas y la tristeza se convirtieron en el maestre y contramaestre de la aventura que se adentraba lentamente en el miedo.

Deje las amarras y levé las anclas dejándome arrastrar con la corriente de la propia vida que en esos momentos se hacia cada vez más presente. Las lagrimas fluían acorde con la melodía que se configuraba en la tonada más conocida aún sin ser ella misma.

Se hacia más oscura la tarde, podría estar navegando en otro mundo y otro tiempo a pesar de continuar apostado en el sofá azul de mi sala. En verdad el lugar se había transmutado ya que no era mi cuerpo el que existía sino mi alma libre de toda atadura.

Lejos ya, muy lejos de la orilla, inicio la tempestad, aquella misma que de mis adentros fluía, orquestada por el Presto, momento cumbre de la obra de Beethoven.

¿Por qué siendo la “oda a la alegría” de mi mismo brotaba tan insaciable tristeza?

Las lagrimas se trasformaron en llanto y la tarde en noche. Las nubes manaban en las cumbres de las montañas como largas ondas en un profundo lago… y yo, dispuse mi cuerpo para ser atravesado por Dios.

Energía pura sintieron todos y cada uno de los miembros de mi cuerpo. La melodía se hacia cada vez más vertiginosa y la energía, símil de un dedo en un interruptor, era más fuerte.

Mi corazón y no la razón me prepara para recibir el obsequio agradecido con antelación. Solté los brazos, abrí mi cuerpo y me dejé llevar. La energía se convirtió en vida pura que atravesaba mi cuerpo como agujas en una onda de choque.

Aún estando en el mismo lugar me había desplazado de mi aquí y mi ahora. Estaba en un lugar más amplio que mi propia ciudad, mi país o la propia tierra. Había podido ser, sin proponérmelo, uno solo con la existencia, con el fluir de la vida, con el universo, con Dios, quien se había convertido en un profundo mantra en mi mente.

El llanto se hacia inalcanzable. El miedo que había sido la estrella polar de mi navío se hizo presente. El cuerpo semiparalizado y retorcido tuvo que soltar las anclas para detener a mi espíritu que se encontraba atravesado por millones de presencias, vivas y muertas, más todas hermosas.

Pude levantarme y por un breve momento detenerme, respirar y poco a poco tomar más conciencia de mi mismo.

Deje los audífonos para dar paso al equipo de audio y escuchar con altos decibeles la melodía y su estrofa más recordad mientras en el volumen que colmaba todos los rincones de la sala y las montañas se enjuagaban las ultimas lagrimas de mi espíritu.

Y luego, muy lentamente pude descansar.


Hoy encontré la carátula del disco que ayer conmovió a mi espíritu, al leerla entendí la genialidad del compositor y la transmutación de mi interior: “Desde el primer movimiento, la partitura presenta una asombrosa complejidad estructural. Parece haber nacido de la nada, para luego afirmar su fuerza indestructible, surgida de una extraña libertad de inspiración. La enorme orquesta desarrolla sus temas de forma inexorable en el scherzo que sigue; los motivos se incrustan el uno con el otro, anunciando los colores del final. El tercer movimiento, adagio, evoluciona en un clima de inquietud y dolor, quizá un adiós a la vida. ¡Qué contraste, en efecto, con el finale de una duración que sólo se puede comparar con una sinfonía de Mozart! Los instrumentos de cuerda parecen exhalar un gigantesco “grito” a partir del cual se desprende el drama. El tema de la “Oda a la alegría” parece cada vez más claro hasta que se impone la voz más grave del cuarteto vocal “O Freude, nicht diese Töne!”. El poema de Shiller se convierte en un verdadero mensaje, interpretado por las cuatro voces solistas y el coro. La fraternidad universal aumenta en un inmenso crescendo.” Stéphane Friédérich.

Este pequeño esbozo ayudó a recrear con palabras aquella insólita aventura de la que fui preso gracias a la genialidad de un hombre, un humano, que se permitió fluir con la vida y la existencia.

A veces, muchas veces, nos preguntamos por el qué me pasa, o lo que nos pasa. Nos confundimos o enredamos buscando soluciones a los acertijos de la mente. Ayer pude fluir, como lo hizo Beethoven al componer y luego dirigir su propia sinfonía “vencido totalmente por la sordera” S. F.

De que otra manera, sino gracias al espíritu, puede un hombre componer tan majestuosa obra, gracias a la vida y también gracias a Dios, sea cual sea su genero, forma o tamaño.

Hoy puedo respirar tranquilamente, oír nuevamente la genial obra, y gracias a estas palabras recordar lo que en una tarde en Bogotá le sucedió a mi espíritu. Claro, recordarlo y tener la certeza de que no fue una alucinación, y mucho menos un juego de la mente… Ayer solamente fui.


PD: Imagen lograda con la cámara de 2 Mega Píxeles de un celular Sony Ericsson W810i - El 01 de Abril de 2008.

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